En
junio de 2012 decidí que era hora de mudarme. A mi nuevo hogar me llevé mis sueños,
metas y a mi gran amor para construir una familia.
Toda
mudanza trae consigo traumas, ajustes y aprendizajes. También, uno analiza las
carencias que tiene y empieza a proyectarse a ver cómo se resuelven.
La
cocina y sus accesorios fueron unos de esos grandes retos domésticos que
tuvimos que enfrentar. Y digo tuvimos, porque realmente es mi pareja la que
cocina diariamente (lo disfruta mucho y ciertamente yo me aprovecho de eso). Yo
lo hago en pocas ocasiones.
Entre mis
primeras carencias estaba un caldero.
Venezolano que se respete tiene uno e incluso varios de diferentes tamaños.
Allí preparamos comidas que por lo general llevan una cocción particular o para
freír algunas cosas como tajadas (plátanos en rodajas fritos).
El
hecho es que quería hacer mi primer asado
negro. Es una de mis comidas favoritas. Compré todo los ingredientes, pero
me di cuenta que no tenía cómo cocinarlo. A mi pareja se le ocurrió la idea de pedirle
el caldero a la única vecina que conocíamos en la urbanización. ¡Error fatal!
Pagué
mi primera novatada vecinística, por darle un término a semejante metida de
pata.
Para
preparar el asado, hay que quemar la carne. En ese proceso quemé también el
caldero de la vecina. Realmente quemado (negro jodido).
Yo no
sabía en este momento si llorar o salir a comprar otro caldero. Nunca fue una
opción pedirle disculpa a mi vecina. ¡Digna ama de casa que no admite que la
cocina no es lo suyo!, me repetía una y otra vez. Sólo pensaba en los años que
había sido necesario curarlo bien (término que se le da al caldero cuando está
quemado y en el estado ideal para cocinar).
Durante
mi desespero, a mi novio se le ocurrió sacar su equipo nerd o mejor conocido como
una lijadora eléctrica y darle solución al problema. El quemado y el curado del
caldero se fueron en cuestión de minutos.
Mientras
el lijaba yo oraba, como buena cristiana, que la vecina no cruzara la calle a
pedirme su caldero. Creo que entre asomarme a la ventana y correr a donde
estaba mi novio perdí unos cuantos kilos.
En
el momento de la entrega, llevamos el caldero lleno de asado para que tapar la
barbaridad que habíamos hecho, como gesto de “agradecimiento”. Nunca nos dijo
nada.
Muchos
meses después, asumo yo que por la situación con el caldero, los vecinos no son
los mismos. Saludan, pero no con el mismo cariño que antes. Aunque mi novio los
ha atapuzado de postres
y de comida exquisita.
Ayer, 29/12/2013 finalmente compramos el caldero. Hoy
decidí escribir sobre esto, pues tengo horas tratando de curar la bendita olla antes
de preparar el asado de mañana (fin de año). Me doy cuenta que por mucha buena
instrucción del libro rojo de Armando Scannone,
el caldero no se cura tan rápido. Tengo al menos 3 horas en eso y nada. Ni
cerca de estarlo.
¡Oh vecina, ojalá leyeras esto algún día y te de risa este
asunto! A mí ya no me da tanto.
Lecciones:
·
Nunca preste su caldero.
·
Compre uno al mudarse.
·
Ser bueno y regalar un caldero a un recién mudado
(evitando que haga lo mismo que yo).
·
No pedir nada a mis vecinos y menos una olla.
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Caldero en proceso de cura |
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Caldero perfectamente quemado |
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